Recuerdo del Yemen


Hoy supe que el hermano de un amigo había muerto. Lo oí en la radio de camino a la Universidad donde imparto clase. Los alumnos esperaban y yo estaba frente a ellos sin hablar. Pedí a Víctor que leyera el comunicado del Ministerio de Interior del Gobierno de España. Después, más silencio y había que comenzar la clase. Hoy tocaba el Periodismo en Internet y las redes sociales. Y recordé nuevamente a mi amigo Javier, con quien aprendí de este mundillo on-line que se hace a medida que caminamos juntos. Pero tuve que hablar de Yemen, donde murió Antonio Cejudo.

Visité Yemen en 2006, justo unos meses antes de que España abriera su embajada allí y un año antes de que se produjera un atentado en el que murieron siete turistas españoles. Cuando fui apenas nada sabía de aquel lugar, aunque ya empezaba a aparecer en la prensa internacional como uno de los refugios de Al Qaeda.

Y cierto, visitar el Sur del país, donde se encuentran las ruinas del Reino de Saba era difícil, más aún si querías prescindir de los viajes organizados. Era obligatorio ir escoltado por militares a los que había que pagar. Cuando el dinero se fue agotando, la escolta venía dentro del 4×4, con su kalashnikov y su bola de kat en la boca.

Pero Saná, era otro mundo. Una ciudad de ensueño de edificios de barro y calles estrechas iluminadas por los cristales de colores de los salones donde se reúnen durante horas a mascar entre amigos y conocidos el kat, una planta de consumo social que les cuesta casi dos tercios de sus recursos hídricos agrarios.

En Yemen, los hombres llevan al brazo su arma, habitualmente un kalashnikov, que en el mercado se puede comprar por 30 euros al cambio. Lo usan, en general, como complemento, como el que lleva un bolso, y después de unos días, el forastero se acostumbra. Lo llevan siempre, excepto en Saná, donde está prohibido entrar con armas, aunque haberlas, haylas.

Las montañas del norte, el desierto, el mar azul de Bir Ali, los paisajes desde los que supuestamente salieron los reyes magos hacia Belén y la gente, amable, gentil, atenta siempre. Un día perdí el pasaporte en un autobús y antes de que los amigos de la embajada francesa pudieran hacer algo, media ciudad se había movilizado hasta tener de vuelta el documento.

Son solo recuerdos, pero que reconcilian ante la impotencia y la rabia, que sigo sublimando con Arthur Rimbaud, quien pasó tiempo amargo como el Saltah (plato típico yemení hecho con alholva) en Adén, el histórico puerto hoy desvencijado de ese Yemen, que ni de cerca, se llega a entender, como la muerte.

Mémoire

Je me trouvais mûr pour le trépas et ma faiblesse me tirait jusqu’aux confins du monde et de la vie… (Me hallaba preparado para el salto final y mi debilidad me arrastraba hasta los confines del mundo y de la vida) Arthur Rimbaud

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