El sonido de la novela Matar al padre
Escribí Matar al padre siguiendo en cada capítulo un ritmo musical. Aquí les dejo algunos párrafos de esta novela negra gastronómica leídos por Ramón Nausia que son aperitivos sonoros de esta narración en la que regresa el investigador privado Ven Cabreira.
Uno vuelve siempre donde amó la vida. Eso dice la canción, pero Ven Cabreira no está seguro de si alguna vez la amó. Él se siente como el surfero que espera con su tabla en el mar la ola por la que trepará. Su oportunidad. Solo serán segundos, algún minuto quizás, pero tan intensos que hacen que toda la espera valga la pena. Ven lleva años esperando esa ola que le haga sentir vivo.
«¿En cuántas cajas cabrían mis quince años en este piso? ¿En veinte?». Ven se hace otra pregunta: «¿Qué me llevaría si me marchara de esta casa?». Siente que solo algunas de las Barbie de Lupe, su mujer arrebatada por el cáncer hace años, pero hay mucho más. Son pequeñas cosas que le recuerdan que ha vivido: un mechero, un plato, una copa, un cuadro, una foto. Se hunde en el sofá y confía en no tener que salir de él por mucho tiempo. Aún hay latas de fabada sin comer y una botella de White Horse.
Ven recuerda a la periodista Lucy Belda. Ella podría haber sido la mujer de su vida, pero a él le ha fallado el timing. En griego se diría kairós, pero en inglés suena más triunfante, como tantas otras palabras con las que buscamos el éxito. Para los políticos, en los Estados Unidos, es la clave, porque consiste en llegar a unas elecciones en el momento adecuado con el mensaje idóneo. Para ello hay que saber adelantarse en unos casos o esperar en otros. Pero a él le parece que con las mujeres nunca llegó ni en el momento ni al lugar preciso ni con el mensaje idóneo ni en inglés ni en griego, y por supuesto, tampoco en español.
Pide otro par de cervezas y el cebiche. Inspira fuerte y siente de nuevo el aroma. El verde del lago, la cerveza y, por primera vez, el olor de ella. Almendra y bergamota. En la boca, la lima acaricia la carne tersa del pescado recién capturado en el Titicaca. Cierra los ojos memorizando ese instante para, en momentos bajos, recrear a qué huele la felicidad.
Solo hay que cerrar los ojos un rato para, cuando los vuelves a abrir, darte cuenta de que la luz del día brilla más. Todos regresamos a los lugares donde amamos la vida. Aunque fuera una mierda de vida, pero la melancolía todo lo engrandece. Ven cierra los ojos y, al abrirlos, su mirada es desafío. Matar es más fácil que olvidar.