De Nuadibú a Zuerat, el tren del hierro (Mauritania)

De Nuadibú a Zuerat, el tren del hierro (Mauritania)


Tren a Zuerat (Mauritania) Yanet Acosta
Tren a Zuerat (Mauritania) Yanet Acosta
14 Tren Noadibu-Zuerat (34)
Tren a Zuerat (Mauritania) Yanet Acosta
Tren a Zuerat (Mauritania) Yanet Acosta
Tren a Zuerat (Mauritania) Yanet Acosta
Tren a Zuerat (Mauritania) Yanet Acosta

Zuerat, en Mauritania, es la capital del hierro. En esta población alejada viven unas 40.000 personas que viven de la explotación de unas minas de hierro a cielo abierto desde 1963. El mineral es transportado diariamente desde allí hasta la ciudad costera de Nuadibú por una vía férrea construida para ello, que recorre los 700 kilómetros de distancia en mitad del desierto.

En la vía sólo pasa un tren, con tantos vagones para transportar el polvo de hierro que casi nadie los ha podido contar, quizás por eso lo llaman “el tren más largo del mundo”. 

Cuando llega a la fábrica de Nuadibú, descarga el polvo que enrojece la tierra amarilla y el mar. De vuelta, el tren recorre el mismo camino pero con los vagones vacíos. Ese es el momento en el que muchos aprovechan su corta parada en una desvencijada estación de Nuadibú para meter en ellos mercancía con la que comerciar en Zuerat. También  se cuelan pasajeros en los contenedores en los que no hay que pagar pasaje, pero el polvo rojizo lo impregna todo, hasta los pulmones de los viajeros.

Los más afortunados, comerciantes, militares, militantes del Frente Polisario que pasan a los campos de Argelia a través del desierto y algún turista muy despistado, compran billete para uno de los únicos tres vagones de pasajeros del tren. El interior es de factura alemana, con asientos de orejeras forrados en terciopelo rojo, pero del que ya no queda más que la sombra del brillo que disfrutó en  los años 50.

Los más adinerados y habituales del tren compran todos los asientos del vagón porque por delante quedan 20 horas de polvo y ruido y lo mejor es tenderse en horizontal entre las butacas. También llevan sus propias garrafas de agua, porque allí dentro, sólo se pasea alguna vez una señora vendiendo té verde a 100 veces su precio real.

Los baños de los vagones no funcionan y la última vez que alguien los limpió pudo haber sido en aquellos años 50. Y las ventanas no cierran hace años por lo que el polvo de hierro y el del desierto se unen en un manto que lo cubre todo, excepto para aquellos que bien preparados se atan el turbante bereber a la cabeza. Tampoco es mala idea llevar tapones para los oídos porque el ruido de las ruedas arrastrándose por las vías y el del movimiento de los incontables contenedores es ensordecedor.

Pero a las horas,  el tren avanza despacio por el desierto, mientras se pone el sol, y entonces ves la belleza de haberte dejado llevar por la heterodoxia del viajero frente a la ortodoxia del turista.

Al oscurecer, se percibe quién es el viajero habitual porque lleva sus propias velas o linternas. Afuera, sólo oscuridad y estrellas.

A las tres de la mañana, el tren del hierro, que salió a las 15.00 horas de Nuadibú, llega a Choum, a unos 400 kilómetros de su partida y a 300 de su destino final. Desde allí se puede ir a Attar y después tomar un autobús a la capita mauritana, Nouakchott, o a los históricos pueblos de Chinguetti y Ouadane.

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