No fui capaz


Tenía ganas de ver el trabajo de la Fura dels Baus con Mugaritz en “Degustación de Titus Andronicus”. Después de un primer momento de situación y el dulce en el paladar (naranja glaseada, uvas y una torrija) llegó el primer golpe. Violación, rencor, sangre, gritos y…tuve que salir. Me armé de valor y volví a entrar, quería llegar hasta el final. Los soldados agitaban nubes rosas de algodón de azúcar. Se deformaban con la agresividad de los movimientos y parecían las tiras de piel de una inocencia momificada. El sabor era dulce, pero la cabeza lo hizo amargo al mirar hacia la antes bella Lavinia, ahora sin lengua y con sus manos amputadas. Los aromas que el cocinero trabajaba en escena, al inicio agradables y caseros, se tornaron repugnantes.
Ahora toca encontrar a los culpables. Alboroto, sonidos graves, gritos. Inofensivas imágenes de cocina, cortando ajos y cebollas acompañan el momento y cobran un nuevo sentido en mi cabeza. Violencia.
Demetrio y Quirón ya han sido sacrificados. Han pagado lo hecho. Y llega el banquete final. Quienes tienen una daga pueden subir y formar parte del espectáculo.
Cuchara y cuchillo en mano los espectadores/actores tienen ante sí una atractiva pieza de cochinillo de crujiente piel sobre una base de granos de cebada. Todo con el sello Mugaritz. Mi cerebro lo sabe, pero mi corazón oprimido sólo ve el hueso del violador en el plato. En el banquete, el público se apresura a engullir su ración celebrando el sabor. Miro el mío y no soy capaz.
«¿Es que no tienes hambre?», me pregunta un señor vestido con camiseta. Pienso en el magro pincho de tortilla que tomé como almuerzo en la cafetería de la Universidad, mientras otro señor de traje me invita con la mirada a que pase mi plato. Aprovechando el final de la obra y el cierre de luces, se produce el cambiazo. Delante de mí, el hueso limpio. Doy dos tragos más de vino. Ahora sé que no soy capaz de participar en el banquete de la venganza.

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