Conciencia de clase: somos creativos

Conciencia de clase: somos creativos


El capitalismo es funeral y las clases sociales, una entelequia. La clase media (alta o baja) está en las últimas, porque ahora sólo hay gente con dinero o sin él. Las clases, en este mundo líquido actual, son sólo dos: la clase productiva y la creativa. Estudios de principios del siglo XXI, como los hechos por Richard Florida, demuestran que las ciudades más dinámicas y con mayor crecimiento económico de Estados Unidos son aquellas que cuentan con un alto porcentaje de población creativa.

Cuando se habla de población creativa no es sólo de escritores, artistas, músicos, diseñadores y cocineros de moda, también se incluyen a los ingenieros, informáticos y obreros que saben resolver, de los que le dan la vuelta a las cosas y buscan la mejor vía.

Sin embargo, lo habitual es que la clase creativa se encuentre con el muro de la mediocridad que se resume en una frase muy extendida en España:  «no te pago para que pienses, haz«. Y aquí viene el síndrome del profesor de Universidad decepcionado, del periodista quemado, del científico desmoralizado y del trabajador de laboratorio a punto del colapso.

La creatividad no se reduce a inventar nuevos productos o empresas, ni es un reducto de genios ni es una habilidad natural. La creatividad se aprende y se trabaja y es, en definitiva, trabajo ( igual que escribir un libro no es inspiración, sino mucho trabajo).

Ser creativo es compartir una forma de ver la vida, en la que lo más cotidiano no tiene por qué ser rutinario ni tiene por qué seguir patrones (en muchos casos ya desfasados). La creatividad es viral, contagiosa, crece desde la diversidad cultural y con ella se consigue fortalecer e ilusionar a una comunidad.

La sociedad ha ido aumentando el porcentaje de clase creativa, que en países como España no se entiende ni por parte de instituciones ni de empresarios, que prefieren exportar el talento e importar mano de obra que no rechiste. Pero la economía lleva su propio ritmo y manda por encima de la Unión Europea, del Banco Mundial y de todos los pronósticos (sólo hay que mirar la foto de los creadores de Microsoft para caer en la cuenta de lo irrelevantes que son las apariencias y lo impredecible que puede ser la economía). De manera que no hace falta ser adivino para saber adónde estamos apuntando si despreciamos el talento creativo, ya sea de un médico, de un músico o de un camarero.

La creatividad no requiere de subvenciones ni limosnas, necesita respeto y conciencia.

«La solución está en elevar el salario mínimo o en instaurar un salario digno obligatorio. (…) Obligar a las personas a trabajar en empleos rutinarios que generan escaso valor económico carece de lógica económica»

Richard Florida en La clase creativa

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